Los domingos llevan tu nombre.

Culpable de dejar sin texto ni argumento a una poeta que respira palabras,
culpable de que cuando apareces mis cicatrices se desvisten para ti,
quedándose en carne y vivas.

Y mis pies se elevan al ritmo de nuestras miradas, cómplices, lascivas,
que consiguen pervertir cada uno de mis miedos,
que se follan literalmente letra a letra cada una de las razones por las que prefería el invierno.

Porque los domingos llevan tu nombre,
porque Cuba seguro que sabe a tu sudor.
A ese sol que irradias en la gente,
porque no vi mejor faro que tu sonrisa,
y es que el mundo es un lugar mucho mejor pitado en tu boca.

Culpable de que los vasos sanguíneos de mis mejillas hayan decidido rebelarse y declararse rojos.
Que en el momento en el que me miras, existo, y florezco y me vuelvo primavera y hormiguero.

Culpable de dejarme sin juicio y ciega como la justicia,
porque desde que te vi tengo una venda preciosa adornándome el pecho.
Porque hay una flor saliendo de las ruinas.

Porque seguro que si me coges de la mano,
seré capaz de bailar sobre incendios como los budistas.
Culpable de estas alas, que sólo quieren volar a posarse cerca del aire que exhalas.

Culpable de cada latido que se sale del son,
y del tambor de mis tripas anunciando fiesta en el salón.





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