La huida.
Me dijiste que te encantaba la forma en la que te miraba... y fue lo primero que te encargaste de derribar. Clavé mis dedos en tu tierra, sentí su humedad bajo mis yemas, escavé y allí de rodillas encontré esqueletos de amantes perdidos que se negaron a abandonar y allí perecieron, sedientos, presas fáciles del caudal del tiempo. Y entonces, como en un sueño lúcido, pude atisbar parte del hilo... me encontraba sobre tierra yerma, estrato precario, suelo incapaz de dar a sus frutos más de dos veranos. Plantas verdes, habitan allí, plantas caducas, perecederas que no necesitan un sedimento profundo dónde hundir su raíz. Plantas que no conocerán el veinte de Abril. Tela de araña para náufragos, que van en busca de algo de aliento a tu manantial, y solo encuentran sed y sal. Tierra incapaz de dar alimento a las semillas de sus pobres labradores, que deciden ahí quedarse presos de las cadenas de la esperanza, aferrados al quizás,