Noche.

La noche a plomo ciñe,
opreso el pecho sobre el recuerdo.
Mi poemario en la linde de la cama,
cuando aún la aurora no ha despertado.

Entreabro el  triste cuaderno,
cuatro paredones, una ventana
y el descalzo suelo.
El contacto de cada folio,
unos dedos bailando por su filo,
un extraño latir brotando en el pecho.

No lo pienso...
Uno por uno, letra por letra,
las derramo ventana abajo.
Mi mano resbala por la fría tapa,
carente de cuerpo, 
una hoja en blanco lo acompaña.

La miro así, vacía, muda de tinta,
lienzo limpio despojado de toda historia.
Y así me veo, y así me reflejo,
la luz asoma apenas en la cornisa del vecino.

De luciérnagas habrá que llenar el cuaderno,
de campos verdes y silencios complices.
De abrazos largos y miradas sin malicia,
de blancos amaneceres en playas de agua clara,
dónde no habite el tiempo ni su idea.

Y no ha de haber espacio,
ni un margen siquiera,
en esa hoja nueva para derramar tintas tristes
y llantos en la madrugada.

Sol en lo alto, alumbra ya la quieta estancia,
un bolígrafo, una vida, una mañana nueva,
para empezar hoy
una nueva historia...


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