Cuestión de Gustos
Era noche cerrada en Madrid city, las pupilas dilatadas, sonaba Roosvelt tras los altavoces de la discoteca. Mi mano derecha sujetaba un Puerto de Indias con un par de fresas congeladas, el pelo empezaba a producir pequeñas gotas de sudor que resbalaban por mi columna y mi cuerpo se balanceaba al son de los acordes.
Notaba ya como el alcohol iba produciendo sus efectos en mi, todo se volvía más etéreo... el reloj dejó de marcar los segundos y todos estábamos inmersos en una danza tribal. Cerré los ojos, Montreal, y noté cómo sus manos me acariciaban la espalda, el olor de su cuello envolvió todos mis sentidos mientras sus dedos tocaban los acordes del estribillo. Me mordí el labio y aceleré el vaivén de mi cuerpo, me rodeó y se pegó a mi espalda mientras apartaba los pocos mechones de pelo que me cubrían el talón de Aquiles y clavó su veneno en mi.
Podía sentir el calor de su cuerpo mezclándose con el mío, la humedad de su lengua dibujando corrientes más allá de mi cuello. Respiré tan hondo como pude su elixir, me abandoné por completo a sus ordenes y me imaginé lo que venía después... Y todo se esfumó cuando volví a la realidad, seguía en mi baile pero mi pequeño demonio no estaba allí. Estaba jugando a volverme loca en mi cabeza, estaba alimentándose de mis ganas y de los escalofríos que recorrían mi ropa interior cada vez que invocaba su nombre. Maldito Astaroth, llévate de una vez todo lo que quieras de mí, te he dado ya mi vergüenza y mi vanidad, he sangrado mis rodillas por ti, me he bebido hasta la última gota de mi autoestima y aún quieres más, no te basta, no soy suficiente, vienes, destrozas y te vas.
Ya no queda más que hielo derretido, intentaba ahogar su voz con la música, necesito más pensé, y en un segundo estaba apoyada en la pegajosa barra de ese antro del centro sonriéndole al camarero "dos chupitos", "¿De lo de siempre?" y para adentró. Cierro los ojos, el anís resbala por mi garganta mientras salto de un lado a otro moviendo la cabeza. Los abro y me levanto el pelo con las dos manos, ladeo los ojos en busca de antídoto. No, yo no soy así, para, frena, ¿qué haces?, todo se solucionará con otra copa más, más baile, más música, más exorcismo.
Tengo las mejillas coloradas, joder que jodidamente jodida estoy, sonrío. Idiota, eres idiota, me encantaría verte aparecer ahora entre toda esta masa de gente y salvarme de mi misma pero no estás y el tiempo me flagela las tripas. El amor ha muerto, míralos a todos, hipócritas que le sonríen a sus parejas mientras alguna noche han sudado con otro cuerpo, coleccionistas de polvos, a la cacería de un nuevo nombre, unas bragas que conquistar esta noche. Quiero ser la mano derecha de Satán, regalarle mi alma por una pastilla de olvido.
La miro, allí está, sonriéndome a unos pasos de distancia, la cojo de la mano y la llevo a la barra. "Tequila para dos", un par de miradas de complicidad y mi lengua ya está jugando con sus labios. Muérdeme, no me dejes respirar, haz que olvide lo que se siente cuando no se siente nada más que vacío. Y aquí estoy, echándole piedras a mi tejado, contradiciéndome otra vez, todo ha pasado a importar un poco menos. Querrás que te invite a mi casa, querrás que te quite la ropa encima de la cama como si fuera el último día de nuestras vidas y que durmamos abrazadas. No encuentro las palabras para explicarte que estoy aquí fingiendo que es otra noche más por no cenar con mi locura, que nuestro polvo sólo será otro polvo buscando su sabor entre desconocidos y que a la mañana siguiente te odiaré por no tener sus ojos.
Continuará...
Notaba ya como el alcohol iba produciendo sus efectos en mi, todo se volvía más etéreo... el reloj dejó de marcar los segundos y todos estábamos inmersos en una danza tribal. Cerré los ojos, Montreal, y noté cómo sus manos me acariciaban la espalda, el olor de su cuello envolvió todos mis sentidos mientras sus dedos tocaban los acordes del estribillo. Me mordí el labio y aceleré el vaivén de mi cuerpo, me rodeó y se pegó a mi espalda mientras apartaba los pocos mechones de pelo que me cubrían el talón de Aquiles y clavó su veneno en mi.
Podía sentir el calor de su cuerpo mezclándose con el mío, la humedad de su lengua dibujando corrientes más allá de mi cuello. Respiré tan hondo como pude su elixir, me abandoné por completo a sus ordenes y me imaginé lo que venía después... Y todo se esfumó cuando volví a la realidad, seguía en mi baile pero mi pequeño demonio no estaba allí. Estaba jugando a volverme loca en mi cabeza, estaba alimentándose de mis ganas y de los escalofríos que recorrían mi ropa interior cada vez que invocaba su nombre. Maldito Astaroth, llévate de una vez todo lo que quieras de mí, te he dado ya mi vergüenza y mi vanidad, he sangrado mis rodillas por ti, me he bebido hasta la última gota de mi autoestima y aún quieres más, no te basta, no soy suficiente, vienes, destrozas y te vas.
Ya no queda más que hielo derretido, intentaba ahogar su voz con la música, necesito más pensé, y en un segundo estaba apoyada en la pegajosa barra de ese antro del centro sonriéndole al camarero "dos chupitos", "¿De lo de siempre?" y para adentró. Cierro los ojos, el anís resbala por mi garganta mientras salto de un lado a otro moviendo la cabeza. Los abro y me levanto el pelo con las dos manos, ladeo los ojos en busca de antídoto. No, yo no soy así, para, frena, ¿qué haces?, todo se solucionará con otra copa más, más baile, más música, más exorcismo.
Tengo las mejillas coloradas, joder que jodidamente jodida estoy, sonrío. Idiota, eres idiota, me encantaría verte aparecer ahora entre toda esta masa de gente y salvarme de mi misma pero no estás y el tiempo me flagela las tripas. El amor ha muerto, míralos a todos, hipócritas que le sonríen a sus parejas mientras alguna noche han sudado con otro cuerpo, coleccionistas de polvos, a la cacería de un nuevo nombre, unas bragas que conquistar esta noche. Quiero ser la mano derecha de Satán, regalarle mi alma por una pastilla de olvido.
La miro, allí está, sonriéndome a unos pasos de distancia, la cojo de la mano y la llevo a la barra. "Tequila para dos", un par de miradas de complicidad y mi lengua ya está jugando con sus labios. Muérdeme, no me dejes respirar, haz que olvide lo que se siente cuando no se siente nada más que vacío. Y aquí estoy, echándole piedras a mi tejado, contradiciéndome otra vez, todo ha pasado a importar un poco menos. Querrás que te invite a mi casa, querrás que te quite la ropa encima de la cama como si fuera el último día de nuestras vidas y que durmamos abrazadas. No encuentro las palabras para explicarte que estoy aquí fingiendo que es otra noche más por no cenar con mi locura, que nuestro polvo sólo será otro polvo buscando su sabor entre desconocidos y que a la mañana siguiente te odiaré por no tener sus ojos.
Continuará...
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