XXIII

Quizá me desgasté la piel en cada una de tus idas y venidas, y me calaron los huesos hasta hacer mares en mis pupilas.
Quizá comí tanta mierda que engordé hasta no pasar por tu aro.
O la pena decidió que no la valias a ella.
O sólo que un día decidí quitarme la venda y mirarme de frente en el espejo, darle una oportunidad a quién me miraba desde el otro lado.
Quizás fue esa noche, en la que con el rimel hasta las rodillas vomité hasta el último cadaver de todas esas mariposas o ver el cepillo que había dejado en el baño instalado la tristeza.
Nosé cual fue el momento exacto en el que el corazón me plantó cara, sólo sé que desde ese momento llevo por bandera cosido en la sonrisa "No es de quién la consigue, sino de quién la mantiene encendida gilipollas".

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