Jaque mate.

Ahí estaba, inherte, frío, en mitad de las costillas, con un tiro a bocajarro. Y en la faz una leve sonrisa, la sonrisa del preso que, sabiéndose condenado a muerte decide suicidarse un día antes.
Había decidido (en un arranque de orgullo, muy suyo) dejarle con las ganas al cerebro de despedirlo, aunque fuese el final su último latido, él había vencido.

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