Roma.

Es curioso como a veces el amor se convierte en planta. Si no lo riegas se vuelve mustio, no desaparece y se convierte en ceniza por arte de magia, sino que se desvanece al principio imperceptiblemente convirtiendo un campo de ilusiones en un jardín desolado.
Y aquí estoy, viendo tu sonrisa marchitar poco a poco, quizá fuese el invierno el asesino confieso o fuese la cal que me dabas la que se convirtió en tu abono, quizá tanta agua salada derramada sobre mi tierra. Miro lo que queda de ese campo santo como el que mira ruinas romanas intentando imaginar su antaño esplendor.
Justo estoy plantada , aquí, entre tanta hojarasca inserviblemente seca ya, abrumada por mi inquietante indiferencia al abandono, al regalar indiscriminado de sus flores a transeúntes ajenos a todo lo que me costó, al pisar de su suelo... viendo amanecer y pensando en que no sirve de nada intentar atisbar el momento exacto en el que dejó de ser Edén de madrugadas y buscando al mejor comprador antes de que pase a no valer nada.

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